Miró el calendario, las
hojas caídas, los meses pasados, las horas perdidas... no le contaban nada
nuevo. Sabía que el tiempo pasaba y que lo inevitable sucedería, se intentaba
convencer de lo contrario, siempre le había quedado un pequeño gramo de
esperanza pero ese martes a altas horas de la noche lo había perdido por
completo. Quizás fue por el recuerdo de unos ojos en los que el tiempo se
detenía, o por el recuerdo del verano del amor, el de los besos torpes y
salados. Una enorme tristeza se apoderó de ella e inundó sus ojos, se perdió
entre las sábanas rosas con olor a vainilla. Sabía que la vida era como un
coche sin frenos, y por supuesto sin marcha atrás.
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